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Violencia en Haití contra las mujeres

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Violencia en Haití contra las mujeres
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Haití comparte el deshonor de uno de los países con más violaciones femeninas, situación que se ha agravado hasta alcanzar instancias dramáticas en los constantes episodios de caos y orgía sangrienta que protagonizan las bandas armadas. La violencia tiene allí sello de género. Michelle Bennet, la viuda de Jean-Claude Duvalier, vive en París después de una larga temporada en la República Dominicana. Desde allí ocupa las redes sociales con sus preocupaciones sobre su país de origen. En tono calmo, desentraña atenta  la tumultuosa realidad haitiana, en criollo y en francés. Poco ha, recogió “este testimonio abrumador de una mujer en Cité Soleil”, quien prefiere el anonimato. Traducido, lo resumo sin cambiar el estilo por razones de espacio. Todo ocurre en el Haití tan cerca y tan lejos de nosotros:

“Vengo de Jérémie. Tengo 25 años. Vivía en Cité Soleil desde hace nueve años con dos de mis primas, Vanessa (Vava, 24 años) y Hermione (Miyòn, 27). Y una amiga, Jesula. En este distrito, donde la palabra “horror” toma su significado completo, aprendimos a bajar la cabeza para dejar pasar la muerte que nos acompaña a diario. Aprendimos a negociar, a desaparecer, a reaparecer. Aprendimos a sobrevivir. En una pieza las cuatro en el distrito insalubre de Cité Soleil, hemos jugado a la” Marèl “, y durante años, con el destino. El pasado mes de julio, perdimos el juego. Mi madre murió cuando yo tenía siete años. Como mis primas y mi amiga, nunca conocí a mi padre. Tengo dos hermanos que emigraron a Chile. Estamos solas en el mundo.”

 “Miyòn es la única que estudió. Vava tomó lecciones de cocina y pastelería. Jesula y yo escogimos otro camino. Somos “Bouzen” (prostitutas). Ese día de julio, la guerra entre las pandillas se libraba en el vecindario. Estaba en casa con Vava y Jesula. Miyòn no había regresado. Miembros de las pandillas de un barrio rival invadieron el área. Hicimos lo  que habíamos aprendido, casi de manera automática, durante años. Colocar  velas y quedarnos completamente en la oscuridad, encerradas y con todo lo que encontráramos,  arrimado a la puerta, como protección, acostadas  en el piso en el centro de la habitación. Y esperar. Esperar con el miedo en el estómago. Cada vez más, las balas y los pasos se acercaban. Cada vez más, los gritos y las llamadas de ayuda parecían venir de justo al lado. Nos abrazamos en el suelo, como si esto pudiera protegernos y hacernos invisibles. Algunas detonaciones hicieron temblar la casa, de muy dudosa solidez. Sentí que mi estómago se retorcía, contuve el aliento mientras sentía que me faltaba aire y recé a todos los santos y ángeles que me vinieron a la mente. Pero cuanto más se acercaban los ruidos, más entendía que nuestra suerte estaba echada. Vava lloraba, tratando de sofocar sus sollozos. Jesula susurró mi nombre, muy bajo, aferrándose a mí, preguntándome qué hacer. Ya no recuerdo si lloraba, solo los latidos de mi corazón,  tan violentos que me dolía la garganta. “Jou sa a te jou pa nou an” (nos llegó el día). Ya no sé cuánto tiempo transcurrió antes de que un grupo de hombres armados rompiera “la puerta”. Caminaron sobre nosotras. Teníamos todo apagado, estaba oscuro. Creo que no vieron que estábamos en el suelo. Cuando se dieron cuenta, fueron implacables pateándonos y disparando por todas partes. Nunca olvidaré el ruido infernal de las armas.”

“Después de una eternidad de luchar salvajemente, dos de ellos rasgaron mi ropa. Uno me puso encima de él y empezaron a violarme.  Me introdujeron una pistola en el ano. Entonces decidieron “mennen m nan baz” (llevarnos a la base). No sé qué pasó con Jesula y Vava. Solo escuché gemidos, porque nos ordenaron que nos calláramos mientras nos golpeaban. No veía nada y apenas estaba consciente. Entre el miedo y el dolor, sentí que había salido de mi propio cuerpo. Me arrastraron un largo rato hasta una casa. Incluso hoy, no puedo decir dónde estaba. Mi cuerpo guarda el recuerdo de haber sido violada al menos por siete hombres diferentes. Golpeada, insultada, transitaba de la conciencia a la inconsciencia.”

“Esperaba ver llegar también a Vava y a Jesula. Pero estaba sola. Tuve un respiro, porque una pandilla rival (parece que de mi distrito) los ahuyentó. Cuando recuperé la conciencia, era de día. Los ruidos de balas habían disminuido y hombres y mujeres entraban y salían de la habitación. Uno de ellos, de cara larga, me vomitó encima. Otro preguntó por qué no matamos esta serpiente. Otro respondió que más tarde.  En ese momento, vomité. Allí, en el suelo. Ni siquiera tuve fuerzas para levantar la cabeza. Creo que en algún momento me oriné encima. Lo recuerdo porque traté de contenerme cuando el líquido me atravesaba como una daga la parte inferior del vientre. Estaba bañada en mi propia sangre, mi orina, mi vómito. En su vómito también.”

“Ya no sé cuánto tiempo pasó antes de que una joven abriera la puerta de la habitación donde yacía. Recuerdo que todavía no estaba del todo oscuro. Ella preguntó qué estaba haciendo ahí. En ese momento, comprendí que me habían dado por muerta. No respondí nada. Mi voz ya no existía. Alguien gritó que si no me ponía en movimiento, moriría. Apenas podía sostenerme de pie. Pedí me dejaran sentarme un rato y colapsé. Se fueron y me dejaron en medio de la calle. Recuerdo vagamente la lluvia que comenzó a caer. Cuando volví en mí, un grupo de personas me observaba. Me creían muerta. Cuando me moví, una anciana se acercó y me preguntó dónde vivía. Apoyada en ella,  me trajo a casa. Fui recibida por mis primas y Jesula, llorando. Nunca pensaron que me volverían a ver. Habían sido golpeadas, violadas, pero se quedaron escondidas en la casa. Luego de una pausa, los conflictos continuaron. De vez en cuando, escuchamos explosiones de armas de fuego. No había forma de ir hospital. Jesula llamó a una organización para pedir ayuda. Una organización que sabía ayudaba a las mujeres en el área.  Hablamos con ellos, pero no había forma de salir de nuestra zona. Los conflictos se habían detenido temporalmente, pero las pandillas cerraron todas las salidas.”

“Dos días después, Jesula decidió salir a ganar algo de dinero. Ese día, nuestro vecindario fue nuevamente atacado. Esta vez, al mediodía. No fui violada porque aún llevaba un paño entre mis piernas y sangraba profusamente. Nos golpearon, comenzaron a asaltar sexualmente a Vava y a Miyòn en la casa. Luego se las llevaron. Al día siguiente, me refugié en otra casa. Jesula se unió a mí. Tratamos de averiguar a dónde habían llevado a mis primas. Seis días después, “Mako”, un joven que prestaba pequeños servicios en el vecindario, descubrió los cuerpos de Vava y Miyòn, en un montón de basura.  Medio desnudos. Cubiertos de basura. En descomposición. Habían asesinado a mis primas. Fuimos a ver los cuerpos, pero no pudimos llevarlos. ¿Dónde llevarlos? ¿Cómo? ¿Hacer qué? Sé que un hombre con una carretilla se los llevó un poco más tarde. Jesula y yo huimos ese mismo día. Hoy, vivo refugiada con un “cliente” fuera de Puerto Príncipe. Jesula ha desaparecido. Me critico a mí misma por no haber hecho un último esfuerzo para abandonar el área y salvar la vida de Vava y Miyòn.”

“Nunca sabrán los nombres de los millares de mujeres destruidas, desaparecidas, en esta vasta tumba a cielo abierto. Ya nos habían enterrado vivas de todos modos, mucho antes de que estos hombres matasen nuestros cuerpos, nuestras almas, nuestro futuro y nuestras esperanzas. Somos los muertos sin nombre, sin rostro y sin valor. ¿Hemos vivido alguna vez? Hoy estoy sola en el mundo. Hasta el día en que yo también desaparezca. En tu silencio y desprecio”.

Haití comparte el deshonor de uno de los países con más violaciones femeninas, situación que se ha agravado hasta alcanzar instancias dramáticas en los constantes episodios de caos y orgía sangrienta que protagonizan las bandas armadas. La violencia tiene allí sello de género.

Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.