La transformación de Punta Cana

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En Punta Cana y su entorno (Punta Cana, Cap Cana, Bávaro, otros), anteriormente poco poblado y de escasa actividad productiva, está ocurriendo un profundo proceso de transformación económico social debido al fuerte impacto del flujo turístico y de inversiones relacionadas que tienden a diversificarse. 

En 2022, el 52.8% de los viajeros que llegaron al país por vía aérea lo hicieron por el aeropuerto de Punta Cana (4.2 millones de 7.9 millones de personas), mientras que por Las Américas arribaron 2.3 millones, el 29% del total. El resto corresponde a los aeropuertos del Cibao, Puerto Plata y La Romana. 

En respuesta al estímulo externo que recibe, Punta Cana es una de las pocas regiones que incrementó su participación relativa en el total de la población, dado que Santo Domingo, asentada en el manejo del presupuesto nacional y de su amplia burocracia, actúa como esponja y absorbe los flujos migratorios que se originan en las provincias. 

El polo de Punta Cana pasó de tener el 2.2 % del total de la población en 2002 a albergar el 3.5% en 2022, sin contar con la flotante, que la visita y se marcha, o trabaja, va y viene. 

Y sin tener en cuenta el flujo de haitianos indocumentados cuya mano de obra sustenta al vigoroso sector de la construcción de infraestructuras, viviendas, edificios, hoteles, centros comerciales, industrias, centros logísticos, recreativos. Y que profundiza el proceso de desnacionalización que está teniendo lugar a lo largo y ancho del país. 

Es conocido que la economía puede crecer en movimientos anárquicos, desiguales, excluyentes. O en forma armónica, ordenada, incluyente. O en una mezcla de ambas. 

En la zona de Bávaro y su contorno se observa un fuerte crecimiento económico, combinado con cierto grado de debilidad en el compromiso con el desarrollo. 

Esa debilidad es patente en la ya caótica circulación de vehículos, inexplicable en un lugar donde todavía no existen contingentes de población tan grandes; en la estrechez de algunas calles (imperdonable en un área dotada de tanto espacio que hasta hace poco era de escaso valor), en el ordenamiento del territorio, en las deficiencias de las normas de construcción y uso del espacio, en la presencia de ruido incontrolado, en la calidad de los servicios, en la proliferación de asentamientos migratorios indocumentados. 

El pasado 8 de febrero algunos extranjeros se quejaban en Diario Libre de que “Nosotros veíamos con ilusión tener un pedazo del paraíso (en Punta El Cortecito y Los Corales). Desde hace años se ha incrementado la presencia de restaurantes y bares que ponen en sus terrazas bocinas y música en vivo. Nosotros no pedimos que se cierren estos negocios, estamos pidiendo a las autoridades que se respeten las leyes, los decibeles y sobre todo los horarios”. 

El país se ha convertido en una discoteca gigantesca en que gente desaprensiva lanza decibeles de estruendo a cualquier hora del día. Es una agresión que impide sanear la mente con el necesario descanso. A pesar de eso, no se actúa para corregirla.

En lo que concierne a los complejos turísticos de Punta Cana y Cap Cana, donde prevalece la visión de desarrolladores de grandes proyectos, se observa el imperio del orden, buena señalización, reglamentos de tráfico que se cumplen, servicios e infraestructura de calidad. 

Son complejos privados provistos con normas compatibles con la atracción de turistas que vienen en busca de esparcimiento, descanso, playa y diversiones, y con la captación de inversiones que suplan esas necesidades y otras que se derivan. Con eso contribuyen a la generación de empleos, divisas y oportunidades de progreso.

Al regulador soberano (nacional y regional de Bávaro) se le hace cuesta arriba garantizar los niveles de satisfacción que proporcionan los desarrolladores no soberanos (Punta Cana y Cap Cana), a pesar de que se supone que actúa en función del bien común (de hecho, creó el marco que ha hecho posible el desenvolvimiento de los ordenadores privados), mientras que el segundo lo hace guiado por el afán de obtener lucro.

Pero sucede que cada país tiene la calidad de ordenamiento que su proceso de desarrollo y estado de sus instituciones le permite. Los saltos cualitativos se dan, pero lleva tiempo consolidarlos y extenderlos. 

Lo visible es que en el área de responsabilidad del regulador soberano (nacional o regional) se están incubando problemas de alta envergadura que demandan atención, cuyas soluciones no son fáciles, pero deben ser acometidas con el respaldo de todos. 

En cambio, en el dominio del no soberano se observan frutos notables, no solo en cuanto a generación de beneficios propios, sino también en aportes a la comunidad, sin que esto haga olvidar la necesidad de reforzar su compromiso social.

Lo visible es que en el área de responsabilidad del regulador soberano (nacional o regional) se están incubando problemas de alta envergadura que demandan atención, cuyas soluciones no son fáciles, pero deben ser acometidas con el respaldo de todos.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.