Vox clamantis in deserto sobre el agua

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A don Enrique Armenteros, en el tercer aniversario de su partida.

Desde tiempos remotos, la facultad de conocer cosas distantes o futuras ha sido altamente valorada por la sociedad. Tanto que en ocasiones se le consideraba un don sobrenatural o una inspiración divina, de la que solo podían disfrutar algunos elegidos. Ejemplo de ello son los profetas de la antigüedad, los oráculos griegos y los augures de la antigua Roma. 

En nuestra sociedad tenemos personas a las que, aunque no identifiquemos con una de esas denominaciones, les reconocemos esa capacidad de ver más allá de la coyuntura, de adelantarse al curso de los acontecimientos – como indica la Real Academia Española de la Lengua – a partir de las señales que se observan.

Son personas que por su inteligencia, su sabiduría, su perspicacia, por lo que fuera, tienen la facultad de mirar un poco más lejos, de adelantarse a los tiempos, de interpretar correctamente los signos que se les presentan. 

Don Enrique Armenteros fue uno de esos. Tuve la oportunidad de conocerlo en febrero del año 1988 y desde entonces fueron muchas las cosas que nos unieron y sirvieron de marco para un sinnúmero de reuniones y encuentros, en los que con muchísima frecuencia el tema de la disponibilidad de agua potable para la población dominicana en los próximos años constituyó una de sus preocupaciones principales. 

Estaba tan convencido de que ese era uno de los principales problemas de la República Dominicana que no dudó en compartirlo con distintos públicos en muy diversos escenarios, ya fueran encuentros con amigos y socios, actividades dirigidas a los jóvenes, reuniones de asociaciones profesionales o intervenciones escritas u orales en medios de comunicación y en publicaciones diversas.

Pero, de forma precisa, ¿cuál era su preocupación? Su preocupación era que, ante la mirada impasible, inconsciente o indolente de las personas e instituciones competentes, la República Dominicana se estaba quedando sin agua potable y no se hacía nada – o muy poco – para enfrentar esa situación.

En una actitud difícil de comprender, parece que las autoridades y gran parte de la población hasta hoy no se han dado por enterados de la situación y han venido actuando como si el problema no existiera, asumiendo como respuesta la política del avestruz. 

Este problema es una realidad. No se produjo por generación espontánea y no se va a resolver solo ni aplicando cualquier remedio casero. Resolverlo implica abordar el tema de una manera seria, profesional, integral y con recursos que se correspondan con su magnitud.

¿Cuál era la propuesta de don Enrique? El agua viene del árbol. Por lo tanto, una respuesta seria tiene que empezar por cuidar la cobertura vegetal que nos queda y reforestar, en un movimiento global que nos integre a todos, los del sector público y los del sector privado. 

Pero hemos de estar conscientes de que un árbol no crece ni da frutos a la velocidad que uno quiere. La naturaleza tiene su propio ritmo independientemente de nuestros deseos y necesidades. Lo que a nosotros nos corresponde es ajustarnos a eso, olvidándonos de tener resultados que exhibir durante el período de gobierno. 

Don Enrique no se conformó con la conceptualización del problema y compartir su pensamiento sobre este tema. Dio un paso más, demostrando lo que venía diciendo en la Reserva Científica Ébano Verde. Gracias al cuidado que se le ha dado a esa área protegida, el río Camú, que nace y discurre sus primeros quince kilómetros allí, hoy produce unos 1,100 litros de agua por segundo, es decir, básicamente la misma cantidad de agua que en 1989 cuando la Fundación Progressio, que él presidía entonces, asumió la administración de la Reserva. 

Estamos conscientes de que la demanda de agua potable ha aumentado y eso constituye un reto, pero la verdad es que la situación del Camú se vuelve especialmente preocupante a partir del momento en que el mismo sale de los límites de la Reserva y es agredido severamente por la población, ante la mirada impasible de las autoridades.

Hoy, lamentablemente, somos testigos del hecho de que una de las profecías de don Enrique se está cumpliendo: la República Dominicana se está quedando sin agua potable. Para confirmarlo basta con recorrer cualquier zona de la geografía nacional. Las cuencas de los ríos han sido tan maltratadas y las aguas profundas tan contaminadas que la escasez de agua no es una posibilidad, sino una realidad inminente. Al mensaje preventivo de don Enrique no se le hizo caso. Como en su momento afirmó monseñor Roque Adames, fue solo la voz del que clama en el desierto: “Vox clamantis in deserto”. 

No se actuó como se debía en el tiempo oportuno y, en consecuencia, las opciones que hoy tenemos disponibles son, justamente, las que años atrás se pretendía evitar. Las propuestas que nuestras autoridades anuncian y promueven como logros hablan de la desalinización del agua del mar o de la utilización de máquinas productoras de agua potable a partir del aire, lo que viene a ser la aceptación de que, a pesar de toda la retórica que la ha rodeado, en la República Dominicana no ha habido un verdadero programa de conservación ni de reforestación.

Veremos a dónde se puede llegar por este camino, qué pensarán hacer las autoridades cuando sea necesario enfrentar el caso en las provincias y pueblos de interior del país.

Mientras tanto, el proceso de desertificación avanza, nos vamos quedando sin cobertura vegetal, sin ríos, sin agua. Como país, no hemos sido capaces de articular una respuesta satisfactoria a un reto que se ha venido anunciando durante tantos años, pero al que hasta hoy muy poca gente ha puesto atención.

Pero en su nombre mantenemos viva la fe en que vamos a recapacitar, en que más vale tarde que nunca. No podemos olvidar que, como reza la máxima, “la tierra no la hemos heredado de nuestros padres; la hemos cogido prestada a nuestros hijos”.